La gente desaparece cuando muere.
La voz, la risa, el calor de su aliento, la carne y finalmente los huesos.
Todo recuerdo vivo de ella termina. Es algo terrible y natural al mismo tiempo.
Sin embargo, hay individuos que se salvan de esa aniquilación,
pues siguen existiendo en los libros que escribieron.
Podemos volver a descubrirlos.
Su humor, su tono de voz, su estado de ánimo.
A través de la palabra escrita pueden enojarte y alegrarte.
Pueden consolarte, puedes desconcertarte, pueden cambiarte.
Y todo eso pese a estar muertos.
Como moscas en ámbar, como cadáveres congelados en el hielo,
eso que según las leyes de la naturaleza debería desaparecer
se conserva con el milaro de la tinta sobre el papel.
Es una suerte de magia.
D. Setterfield, El cuento número trece
La voz, la risa, el calor de su aliento, la carne y finalmente los huesos.
Todo recuerdo vivo de ella termina. Es algo terrible y natural al mismo tiempo.
Sin embargo, hay individuos que se salvan de esa aniquilación,
pues siguen existiendo en los libros que escribieron.
Podemos volver a descubrirlos.
Su humor, su tono de voz, su estado de ánimo.
A través de la palabra escrita pueden enojarte y alegrarte.
Pueden consolarte, puedes desconcertarte, pueden cambiarte.
Y todo eso pese a estar muertos.
Como moscas en ámbar, como cadáveres congelados en el hielo,
eso que según las leyes de la naturaleza debería desaparecer
se conserva con el milaro de la tinta sobre el papel.
Es una suerte de magia.
D. Setterfield, El cuento número trece
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