Hace poco estuvimos en el Tibidabo.
Además de ver el inmenso paisaje, el parque de atracciones y un gran cúmulo
de familias con sus niños corriendo y chillando por todos los lados,
arrastré a mi novio hacia el templo que presidía la cumbre de la montaña.
Me gusta el arte. Bastante más la pintura y escultura que la arquitectura,
en general, pero debo decir que la magnificencia de algunas obras,
junto con el halo místico y de retiro espiritual que desprenden,
atraen el disfrute y deleite de mi lado más zen.
Y no creo en Dios.
Ni en la iglesia, ni en las doctrinas que predican una vida llena de sufrimientos
y represión para alcanzar la bendición divina en el más allá y el perdón de los pecados.
Cuando te mueres, te has muerto. Te vas, y se acabó.
Aunque, la contraposición a mi escepticismo es algo que me atrae
y me proporciona una gran curiosidad.
Ver a todo tipo de personas arrodilladas, entonando cánticos en murmullos,
confesándose por sus faltas cotidianas,
implorando al cielo un perdón o una redención que probablemente nunca llegue...
ver cómo a pesar de vivir en una sociedad en la que los milagros
se crean en los laboratorios y son realizados por hombres y mujeres
de carne y hueso a diario...
y aún así, nos permitimos el abrir un interrogante divino
en el cual depositamos nuestros deseos y frustraciones,
a quién imploramos y nos redimimos... Es curioso.
No quiero creer en Dios, porque mi vida es mía,
en el modo y parte en el que se me permite que sea.
No entregaré mis sacrificios más que a quién merezca ser entregados,
no temeré más que a quién deba someterme y
no pagaré por mis pecados más que a quien deba ser depositario de ellos.
No creo en la fe, creo en las personas, en la vida, en el amor.
Precisamente por ello, me introduzco en las iglesias
con el respeto de quién está ante una gran obra,
con la humildad de quién presencia la debilidad humana
y con el ardor de mis deseos más profundos de transgresión,
porque como dijo Cristo una vez :
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él.
Y cuando pienso en esto... me viene a la memoria
el apasionado fin de Jean Baptiste Grenouille,
que alimentó y desenfrenó las pasiones más bajas
de quienes gozaron de su carne siendo, en definitiva,
la muestra más sincera de aquello que por primera vez habían hecho por amor.
Amén.
1 comentario:
Me gusta esta entrada porque planteas muchas cosas en pocas lineas. El sentido arte, la muerte, la religión,... Es difícil entrar en todo pero lo que me gustaría decir ahora es que soy de una opinión similar a la tuya al respecto de la religión y la muerte. Sin embargo, hay algo que existe sin ninguna duda que es la vida presente que configura nuestro yo (es un poco la idea de Ortega) y si la religión tiene algún fundamento que no se base meramente en la superstición o en creencias que pueden o no ser ciertas ese tiene que ser conseguir la "salvación" de las personas, que yo lo veo como su propia realización al final de sus vidas. Creo que es una idea que está muy presente en H.Hesse. Supongo que ya lo habrás leído.
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