domingo, 17 de mayo de 2009

Tengo un sueño...



Cuando era pequeñita y me preguntaban qué quería ser de mayor, yo contestaba como la mayoría de las niñas de mi edad: o profesora o mamá.
Pasaron los años y llegó el día de decidir qué quería hacer en realidad con mi vida. Tardé muchísimo en tenerlo claro, pero intuía que la rama de la educación iba conmigo, y que sería algo que me haría feliz.
Tuve mis años extraños, de errores o perdidos, en los que todavía no sabes donde quieres ir a parar o qué hacer con tu vida. No pude entrar en la facultad de magisterio, por lo que tuve que hacer un módulo puente para poder acceder a la universidad.
Me decanté por la Integración Social. Podría haber hecho infantil, animación sociocultural o algo relacionado con la temática educativa, pero me decidí por esta rama, que le daba otra vuelta más, a mi tuerca particular.

Hice mis prácticas en un colegio de Integración. Y ha sido el mejor año de mi vida.
A veces las decisiones más sencillas que tomamos, acaban convirténdose en las decisivas.
Podría no haber hecho Integración Social, pero lo hice, y desde entonces tengo claro en mi vida qué es lo que me hace feliz y el camino que deseo tomar.

La discapacidad, a lo largo de la historia ha sido un fenómeno que hemos vivido con miedo, desconocimiento y tabú. Las personas tenemos una tendencia natural de repeler, alejar o ignorar todo aquello que es ajeno o diferente a nosotros mismos. Es más fácil girar la cara ante determinadas escenas de nuestra vida.
Pero no nos damos cuenta de que hay muchas personas que sufren. Sufren los padres que desearon tener un hijo sano y precioso, y no ha sido así. Sufren los niños, porque nunca serán como los demás, porque no podrán correr, o saltar, jugar al balón o salir de fiesta con los amigos, entre otras cosas.



Sufres cuando te acercas a la realidad particular de esos niños y familias. Sufres porque crees que no hay nada que puedas hacer. Puedes limitarte a girar la cabeza cuando pasan, o mirar y lamentarte de su suerte y agradecer que tú tengas la tuya.
Yo era de las que pensaba que sólo se podia hacer eso ante la discapacidad, pero me equivocaba.



Hay algo maravilloso en los niños, que los adultos hemos ido perdiendo a base de golpes y más golpes con el paso de los años, y es su capacidad ilimitada para amar.
Y hay algo más maravilloso todavía en los niños que sufren, que cuando te acercas a ellos y les entregas una pequeña parte de tí, por pequeña que sea, te devuelven cien veces más de aquello que tú les habías dado.
Soy muy afortunada.
Dí todo lo que pude de mí a aquellos niños, y me devolvieron todo ese cariño, esfuerzo y comprensión multiplicado por mil.


Cuando acabé mi año y me fuí de allí, sentía que era yo quién tenía que agradecer el haber podido formar parte de sus vidas, y no al revés. Me llevé el corazón hinchado de amor y agradecimiento de todas y cada una de esas pequeñas personitas que lloraron, rieron, jugaron, aprendieron, se enfadaron y soñaron conmigo.
Y también me llevé un sueño.
El sueño de que quería hacer eso durante el resto de mi vida y no volver a girar la cara nunca más ante el sufrimiento de esas personas.



Recordaba todo esto anoche en medio de un ataque de tristeza y debilidad, puesto que con los nuevos planes de estudios hay carreras o títulos que quedan bastante menos accesibles o sencillamente desaparecen, para beneficiar a carreras que tienen más rentabilidad que otras.
Ahora el maestro especialista en educación especial, tendrá que sacarse la especialización en un postgrado. Lo que requiere más tiempo, dinero, esfuerzo y dedicación, en una sociedad y en un momento económico en el que actualmente solo podrán llegar a esto las personas que tengan bien cubiertas las espaldas y puedan permitirse 5 años de sacrificio intenso, sin poder dedicarse a otras cosas. No quiero entrar tampoco en política ni en el Plan de Bolonia, puesto que, a la vez que tiene sus inconvenientes (bastantes, para mí), también tiene algunas ventajas.

Yo solo sé que tengo un sueño.
Que me queda un largo camino por recorrer y muchas fuerzas que reunir, y que espero que ni el dinero, ni los años, ni las trabas educativas que nos ponen a muchas personas como yo, me hagan flaquear en mi búsqueda personal de la felicidad.
Por si acaso, todavía mantengo en un pequeño rinconcito de mi corazón todas las Gracias y los te quiero que me dieron mis niños en su día.
Porque yo llevo el timón de este barco, pero ellos han sido, son y serán, el motor que me lleva por el camino donde los sueños se hacen realidad.




Gracias a todos ellos, con todo mi corazón.

domingo, 10 de mayo de 2009

Se querían...


Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.


Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor
Obra El beso de Ren Magritte