lunes, 28 de marzo de 2011

Seda


Hicieron descorrer un panel de papel de arroz, y Hervé Joncour entró. 
Hara Kei estaba sentado con las piernas cruzadas, en el piso, 
en la esquina más lejana de la habitación. 
Llevaba una túnica oscura; no tenía joyas. 
Único signo visible de su poder,
una mujer extendida a su lado, la cabeza apoyada en su regazo, 
los ojos cerrados, los brazos escondidos en el amplio vestido rojo
que se extendía alrededor, como una llama,
sobre la estera color ceniza. 
Él le pasaba lentamente una mano por el cabello: parecía
acariciar la piel de un animal precioso y aletargado.


Seda, A. Baricco

sábado, 19 de marzo de 2011

Fiambres





Los investigadores británicos saben 
lo que los carniceros han sabido desde siempre, 
que si quieres que a la gente no le incomode la visión 
de un cuerpo sin vida, córtalo en pedazos. 
El cuerpo entero de una res muerta es perturbador, 
pero un solomillo es una buena cena. 
La pierna de un muerto no tiene cara, ni ojos, 
ni manos que antaño sostuvieran a un bebé o 
acariciaran la mejilla de su amante, y resulta difícil 
relacionarla con la persona de la que proviene. 
El anonimato de los cuerpos desmembrados 
facilita la disociación que exige la investigación con cadáveres. 
Esto no es una persona, es solo un tejido muerto. 
No tiene sentimientos ni los despierta, y uno se siente 
en total libertad de hacerle cosas que si se le hicieran 
a un ser sensible, constituirían una forma de tortura.

Fiambres, la fascinante vida de los cadáveres. Mary Roach.
Imagen: Teatro di morte (1989), Joel Peter Witkin.