miércoles, 29 de julio de 2009

La carretera


Llegó a mis manos hace un par de días un libro que me tiene bastante... rumiante.
La carretera de Cormac Mc Carthy, autor de No es país para viejos,
novela que no he tenido el placer de leer,
pero sí de ver en una perturbadora actuación de Javier Bardem
(mi polifacético Bardem).

Había leido libros de este género, que llaman bastante mi atención.
El que más recuerdo fue Mecanoscrit del segon origen que
a la edad de 13 años me dejó impactada
entre la realidad y la ficción y ahora, años después,
y recordando las sensaciones que me marcaron de aquel libro,
me agrada volver a leer sobre el género.
¿Qué pasaría si acabara toda la civilización y nos quedásemos solos en el planeta?.

Sin duda, el trazo emocional de la novela se basa en la relación padre-hijo,
una unión que mantiene la calidez y liga al lector sentimentalmente
y con un punto de empatía y de angustia, sobre cómo se resolverá
el incierto futuro, en medio de una realidad oscura, fria y cenicienta.

Todavía no la he acabado, pero sé que me va a gustar.
La obra está dividida en pequeños parágrafos que la van distribuyendo
según espacios, momentos o situaciones.
Tras cada párrafo, levantas la vista del papel y piensas...
¿qué haría yo si fuese él?, ¿qué sentiría?, ¿cómo sobreviviría?.
No existen capítulos, solo momentos y momentos,
algunos de angustia, algunos de tregua, algunos de añoranza.

Nada en la obra es convencional, como si surgiese del mismo caos
que describe el autor en su mundo desolado...
y tras cada página aparece la duda certera
que condiciona el resto de los días :

¿Nos vamos a morir?
Algún dia. Pero no ahora.
(...)
¿Qué harías si yo muriera?
Si tú murieras yo también querria morirme.
¿Para poder estar conmigo?
Si. Para poder estar contigo.
Vale.

martes, 28 de julio de 2009

Blablabla...


Últimamente tengo muy abandonado el blog,
no sé si será por el calor, que derrite mis pocas ideas ocurrentes
o la escasez de pensamientos medianamente inteligentes,
el caso es que me apetecería actualizar más a menudo.
No de un modo ritual, como mucha gente hace, más que nada
porque nunca he sido una persona demasiado rutinaria,
pero sí contar todas esas ideas sumergidas en el tintero
de mi día a día.

Sería mejor para mi que esto fuera una medida terapéutica de
desahogo o vaciado de ideas, ya que mi cerebro es pequeño
y se colapsa en seguida con toda la información que voy metiendo en él.
No suelo leer las entradas pasadas, no me considero una ególatra
que se autosatisface con sus ideas personales, para eso prefiero leer la de los demás,
que enriquecen y ayudan a abrir las miras, en vista de que siempre andamos
demasiado ocupados sacando brillo a nuestro propio ombligo.

En definitiva, que me hago la promesa para conmigo misma de escribir más y
más amenudo, que siempre hay cosas que decir, aunque no esté acostumbrada a
expresarme demasiado.
Lo dicho... que prometo volver. Jojojojo.

sábado, 25 de julio de 2009

La lejanía de tus labios


Me despido mirando atrás, a una puerta vacia...
me alejo por ese túnel que no quiero traspasar.
Pero me tengo que ir,
como siempre...
como siempre que empiezo a ser feliz.
Te prometí que a la próxima no me marcharía,
pero tengo que irme.
Lejos...
demasiado lejos de ti.
Veo pasar los kilómetros, rápidos
mientras mis minutos se hacen eternos.
Desprecio todo aquel que se cruza conmigo,
todo aquel que me mira y no eres tú.
Desearía poder parar el tiempo y quedarme a tu lado.
Pero no puedo...
y solo me queda esperar.
Esperar a que todos estos días acaben...
y pueda quedarme, al fin, en donde mi vida posee un atisbo de sentido.
Y sentir que estos millones de años luz que
separan tus labios de los mios se disuelven
en un segundo...
y que no volveré a perderlos nunca más.

viernes, 17 de julio de 2009

Tic.... tac.


No sé si será este tiempo...
o la cantidad de minutos que me separan de ti,
vivo sumergida en una fracción de segundo que no acaba nunca...
y que hace que los relojes se congelen o derritan a su antojo,
dentro de cada momento que paso en mi.

miércoles, 8 de julio de 2009

Yo.


Pocas veces hablo de mí misma.
No es mi estilo.
Ni siquiera aquí, en donde puedo abrirme tranquilamente
sin el miedo de que nadie me juzgue por ser quien soy
ni escribir lo que escribo.
Pero ni siquiera aquí suelo hablar de lo que soy.
Me perfilo en imágenes, en palabras que he visto y sentido como parte de mi.
Pero siguen sin ser yo.

Pensando en mí, ahora, me doy cuenta de que muchas veces me siento vacia.
Vacia como muchas personas se sienten al igual que yo.
Será tristeza a veces, hastío, será soledad, rutina, incomprensión.
Todas esas cosas que me hunden más y más dentro de mí misma.
Y que me hacen preguntarme la eterna duda de cualquier ser humano.
Quién soy? Por qué estoy aquí? Hacia donde se supone que me dirijo?
La vida te da múltiples y diferentes respuestas,
cada una válida en cada pequeño espacio de tiempo determinado.
Pero cuando me miro en el interior, además de esas pequeñas grandes cosas
maravillosas que tengo dentro de mí, también siento el vacio.
Vacio y temor de estar vacia. De no saber quién soy, de qué hago aquí
y de hacia donde voy.
Y tengo miedo.
Miedo de perder lo que amo, miedo de no llegar a los sueños,
de que se escape el tren de mi felicidad, miedo de ver marchar a quienes me rodean,
miedo de sufrir, miedo de temer...
Tengo 24 años y muchas veces no sé ni quién soy.
Eso me asusta. El no llegar a dar respuesta a mis preguntas y pasar por este mundo
como una pequeña partícula que se pierde en la inmensa eternidad.

Hoy hablo de mi, porque este vacio me ahoga, me asfixia, me ataca.
A veces me acerco al espacio glacial que vive en mi, allá en donde no queda nada...
y de repente recuerdo que aún estoy viva y que esta ausencia se llena
minuto a minuto con toda esa vida que pasa, que me utiliza y que me agranda.
Podría ser peor sin duda. Podría no estar aquí, y entonces estas palabras que escribo no existirían, porque en realidad sería lo que hoy siento... no sería NADA.

sábado, 4 de julio de 2009

La inmortalidad existe.


La gente desaparece cuando muere.
La voz, la risa, el calor de su aliento, la carne y finalmente los huesos.
Todo recuerdo vivo de ella termina. Es algo terrible y natural al mismo tiempo.
Sin embargo, hay individuos que se salvan de esa aniquilación,
pues siguen existiendo en los libros que escribieron.

Podemos volver a descubrirlos.
Su humor, su tono de voz, su estado de ánimo.
A través de la palabra escrita pueden enojarte y alegrarte.
Pueden consolarte, puedes desconcertarte, pueden cambiarte.

Y todo eso pese a estar muertos.
Como moscas en ámbar, como cadáveres congelados en el hielo,
eso que según las leyes de la naturaleza debería desaparecer
se conserva con el milaro de la tinta sobre el papel.

Es una suerte de magia.


D. Setterfield, El cuento número trece